Alfredo Iriarte: Al principio el grupo trabajaba poco. Hacíamos funciones cuando estaba lindo el tiempo porque trabajábamos al aire libre. Entonces eran pocas funciones por año, pocas reuniones por semana. Y eso me daba más espacio para hacer otras cosas más profesionales. O estudiar -tenía 20 años yo- y hacer cursos. Hasta que después empecé a estudiar teatro con máscaras balinesas. Con José María López, que justo había llegado de Indonesia. Y las máscaras son de madera. Y yo de formación soy carpintero y escultor en madera. Entonces el pasaje de hacer cosas de imaginería que hacía para las iglesias católicas a hacer las máscaras y los títeres me fue facilísimo.
D. A.: ¿Trabajabas en una iglesia?
A. I.: Sí. En Uruguay hacía santos, vírgenes y pesebres. Tenía un maestro español que era tallador de madera, que me enseñaba escultura. Empecé ayudándolo a él. Después, su hermano, que había sido seminarista franciscano y que ahora es un tipo que dirige a los franciscanos en el Vaticano, me propuso hacer pesebres para una congregación de alemanes que tenían plata. A los 18 años no quería ver más un cura. Entonces me vine a Buenos Aires a estudiar mimo. Porque yo en esa época empecé a hacer pantomima en Montevideo y me hablaban siempre de la escuela de Escobar y Lerchundi. En la escuela conocí a Adhemar Bianchi, que ya estaba con el grupo Catalinas Sur. Y me incorporé. Hice máscaras para los primeros espectáculos. Estaba como escenógrafo, escultor de máscaras y actor. Es lo que me gusta hacer. Es una mezcla. No puedo definir bien lo que es. Como actor, soy buen realizador. Como realizador, soy buen director. Y como director, soy buen actor. Me encanta todo y siempre estoy metido en todo de distintas maneras.
D. A.: ¿En qué te inspiras para crear las máscaras?
A. I.: La inspiración más grande es el ser humano. No solamente los rostros. Es la humanidad. La humanidad nuestra y la responsabilidad que tenemos sobre el mundo que queremos cambiar. Esa sería la inspiración. Y después los rostros tienen que ver con diseños, con movimientos. Con el tiempo, el ritmo, el espacio. Eso te lleva a poder diseñar un personaje. Cada diseño tiene un movimiento, cuando uno ve una máscara o un títere. Entonces, uno por asociación puede decir esto se mueve de tal manera y ocupa el espacio de otra manera y se toma el tiempo para hacer de otra manera. Como vengo de la plástica empiezo por la lectura del diseño, de la forma. Y entramos al personaje desde la forma. Para la creación de estos títeres hicimos ese trabajo. Buscamos los personajes con media-máscaras para hacer un juego en escena. Y después con actores buscamos los gestos para los títeres. Con las media-máscaras se puede hablar. Pero con las máscaras completas no se puede hablar y tampoco se ven los ojos. Entonces, no hay juego psicológico de la mirada. Entonces, se limpia el gesto. Si el gesto es ilustrativo, no sirve. Entonces, hay gestos que son fundamentales que sirven. Entonces, el juego de la actuación nos lleva a darnos cuenta cuáles son los gestos que funcionan y cuáles no.
D. A.: ¿Cómo funciona el ego en un actor y en un titiritero? ¿Es diferente?
A.I.: En cuanto a lo que me pasa a mí… es difícil porque estás atrás. Pero a mí lo que me pasó es que el ego me creció. De hacer algunas actuaciones bien, quería más desafíos. Como con máscaras, a ver qué pasa. O con títeres. De títeres no tenía idea yo. Pero mi señora, Gabriela, fue alumna de Bufano. Entonces yo veía que agarraba un pañuelo y que le daba vida. Entonces todo eso me puso a pensar en cómo interpretar a través de un objeto o como tomar un objeto a través de un hilo o a través de una varilla y con eso comunicar, no? Porque para mí siempre la técnica está al servicio de la comunicación. No es una mera exhibición. Yo te puedo hacer una marioneta que tenga los deditos, que abra y cierre los ojos y así hace millones de cosas y sonidos pero no puede no comunicar nada. El tema es cómo comunicar. Entonces, el desafío para un actor es cómo comunicar a través de un objeto o un títere o lo que quieras. Pero es más difícil. Hay que hacer una trasposición en la interpretación. Y además para que realmente tenga vida hay que hacer que se cumplan reglas de las cosas que tienen vida. Por ejemplo, esta campera. Si yo quiero que viva, voy a buscar que tenga una posición vertical, que tenga una mirada, que tenga un ritmo, una respiración. Pero se puede dar vida y se cumplen reglas simples. Entonces, como intérprete hay que decidir dónde ponerse. ¿Interactuar, estar junto con el objeto, estar atrás del objeto o estar delante del objeto? Entonces, si estás junto con el títere el ego es de una manera: estás exhibiéndote. Si estás detrás, estás intentándolo de otra manera, no? Entonces, el desafío es cómo comunicar como actor a través de un objeto. La mayoría de los actores no quieren hacer un espectáculo con títeres… Incluso dentro del teatro comunitario, no es el grupo que tiene más gente. Todo el mundo quiere poner su cuerpo, moverse, cantar la canción y hacer el personaje. Que se lo vea a él. Que venga toda su familia y lo vea.
D. A.: ¿Cómo ves esta división entre un teatro popular y un teatro elitista?
A. I.: Yo siempre pregunto una cosa. A todo el mundo le digo: “¿A quién querés agradar?”. Entonces… Para mí lo popular es lo que todo el mundo entiende. Y lo intelectual, más elitista, tiene que ver con gente que disfruta con mensajes crípticos, que a veces nadie entiende. Y se regodean en decir “Bueno, éstos no entienden. ¡Pobres!”. Pero para mí un espectáculo lo debe disfrutar un niño, lo debe entender un ignorante, un analfabeto lo disfruta también, un intelectual encuentra cosas interesantes. Y los eruditos encuentran también cosas muy importantes para las que se podría disertar sobre eso en una materia especial. Y eso es un espectáculo popular también. Lo que pasa en Catalinas es un poco eso. Dentro del espectáculo está todo. Siempre hay muñecos, siempre hay diversión y música. El personaje más importante es el coro. Las actuaciones no tienen un gran desarrollo como personajes dramáticos. Los espectáculos siempre son épicos. ¡Entusiasman! Y sobre todo, entusiasman por la forma en que se hace y porque la gente que lo ve siente que podría estar ahí. Entonces termina todo el mundo movilizado. Nosotros decimos que todo el mundo puede hacer. Esa es la base. Cada uno, si se propone un objetivo, lo va a alcanzar en distinto momento. Pero todos pueden hacerlo. Nosotros al principio no éramos tan buenos y también todo el mundo profesional era un poco despectivo con Catalinas. Cuando se dieron cuenta que no competíamos con nadie, nos empezaron a querer de otra manera. Porque también hay toda una discusión del mundo profesional con el mundo amateur. Y a veces en el mundo profesional son más amateur que los amateurs. Para mí, amateur es el que ama lo que hace. Y el profesional profesa lo que ama. Entonces, somos profesionales en ese sentido, en profesar lo que queremos hacer.
D. A.: ¿Los integrantes del grupo en general son “no actores”?
A. I.: Hay que ver que es actor porque lo que no tienen es una formación. Pero hay gente que hace veinte años que hace. O más. Entonces sí tiene formación. No es una escuela pero es una escuela. Es otra manera. Como se hacía antes. El teatro se aprendía en la compañía, haciendo el repertorio. Justo Lecoq fue el que empezó a hacer un trabajo más científico con respecto a la pedagogía. Él era un deportista y partió del análisis del movimiento para la creación. Entonces él hizo –no fue su responsabilidad lo que pasó después- compartimientos de estudios específicos como el clown, la tragedia, la comedia dell’arte. Hizo que fueran materias de estudio. Eso después fue un poco bastardeado con los distintos cursos: se tomó una división del teatro que en el teatro popular no existe. Lo bueno que en esa escuela se retomó la responsabilidad del actor como actor creador. Ahora se encuentran muchos intérpretes actores que no tienen mucha responsabilidad sobre lo que dicen. Donde siempre el discurso es el del director. Entonces vos sos un intérprete que va a decir algo que dice otro. Entonces lo que nosotros planteamos es otra cosa. La creación colectiva, la responsabilidad sobre el discurso. Y trabajamos sobre temas concretos como son la identidad, la memoria.
D. A.: Pero a la vez muchos de tus alumnos ya tienen una formación…
A. I.: Sí. Y la mayor dificultad que yo veo a veces en algunos alumnos es lograr que se den cuenta que es fácil, es divertido y es un juego. Siempre uno está pensando que atrás de eso hay algo más complicado. Sobre todo cuando trabajo con europeos me ha pasado. Los franceses son… si no saben qué van a hacer antes de hacerlo… Quieren saber cuál es el objetivo, adónde vamos, qué hacemos, de qué manera hay que hacerlo, cómo se hace bien. Y eso es algo que se hace mientras se juega. Son estudiantes con formación académica, actores con una gran formación, que pasan mucho tiempo haciendo formación y no haciendo funciones. Entonces, cuando tienen que empezar a trabajar tienen dificultad porque no saben qué van a decir. Y piensan que es más importante de lo que es. Lo que me ha dado el teatro comunitario es que vos te juntás con mucha gente que quiere jugar y si confían, terminan jugando.
D. A.: ¿Qué opinas de los espectáculos teatrales que incorporan elementos tecnológicos?
A. I.: Sí, a mí me impresiona. He visto cosas que me gustan. Lo que pasa que cuando yo estoy la tecnología tiende a fallar. Los aparatos fallan, los electrodomésticos fallan, la computadora no funciona. Y la verdad es que estoy siempre en un taller metido. Un día me llama mi hijo. Quería que le arreglara algo en la computadora, que era para poner un jueguito y no sé qué. Y yo venía con una máscara de cuero en la mano, que es un pedazo de madera, la piel del animal, y la herramienta con la que se trabaja es un cuerno de vaca. Y yo me quedé así frente a la computadora y le digo “Mirá el padre que tenés. Estoy involucionando, en vez de evolucionar.” Pero la tecnología nos ayuda a la difusión, muchas cosas son útiles, no? Y eso me gusta, me atrae. He descubierto que todo está en Internet. Encontré cosas de mí mismo que no sabía que existían. No me llevo mal. Pero todo mi trabajo es como un testigo al lado que dice “Gente, estamos dejando de hacer cosas con las manos, estamos dejando de encontrarnos con la gente” No hay amigos virtuales para mí. Con el amigo te tocas, compartís la comida, te ves. Me gusta que chirríe el metal, que la orquesta haga ruido y que el fierrito… Está todo hecho por nosotros. Lo hicimos a partir de nuestra propia capacidad. Me parece que fabricar las cosas es parte del discurso. Y es político. No todo lo que necesita un hombre se compra. Y si uno mantiene una vida austera y maneja sus tiempos, está más cerca de ser un hombre libre. Para mí, es eso. Dicho por otros, cuando alguien te cuenta cómo vivo y yo lo escucho, digo, “bueno, tan mal no estoy”. Podría tener un auto. Pero no lo tengo, ando en bicicleta. Pero bueno, supongo también que si hay una parte económica que puede mejorar, va a mejorar a partir del trabajo. Que es esto. Que es lo que quiero y… ya no me traicione hasta ahora no lo voy a hacer ya, que no puedo. No voy a estudiar abogacía ni…
D. A.: ¿Pensaste en traicionarte alguna vez?
A. I.: Sí. Claro que sí. Sobre todo cuando nacieron los chicos. Que uno piensa que vive en un mundo capitalista y tiene que hacer algunas cosas. Por ejemplo, con un amigo que es constructor, hice trabajo de carpintería. Que lo hago bien, además. Terminé en la casa de una gente en La Boca, haciendo un entrepiso, una escalera, un vestidor. Quedó alucinante y antes de terminar tenía más clientes. Y entonces mi vida iba a tener que cambiar. Iba a tener que ser carpintero si agarraba otro trabajo. Entonces, empecé a decir que no lo iba a hacer más. Entonces el pánico de ese mes que no iba a tener que hacer… No te digo que me traicioné pero tuve dudas. Como todo el mundo titubea. Cuando nacen los hijos, todo lo que era muy importante se vuelve muy relativo. Todo lo importante de la vida, se vuelve una idiotez. Y volvés a ser miedoso.
D. A.: ¿Y como artista, sentís que te falta algo por realizar?
A. I.: Me cuesta mucho decir algo como artista. Me cuesta a mí decirlo. Me lo han dicho tanto que bueno lo acepto. Pero sí, me falta estrenar este espectáculo que hace mucho que lo vengo trabajando. Si contamos desde que empezó la adaptación del texto, fueron dos años. Además, terminado el espectáculo y el saludo final, se abre una exposición. Queremos mostrar el trabajo. Queremos hacer un recorrido para que la gente pase y vea los títeres. Vea el trabajo y se prenda, no? Porque la verdad que siempre en el teatro comunitario hay recambio de gente. La gente viene, por distintas cosas del ego, por distintas cosas de la política, de la búsqueda de la identidad. Y creo que en definitiva también por intentar una transformación social que se viene dando en distintos ámbitos y de distintas maneras. El grupo Catalinas más que nada es la comprobación de que se puede. Nunca pensamos que íbamos a hacer algo tan grande como tener un teatro. Empezando trabajando en las plazas, no teníamos la dimensión de lo que podía pasar. Pero con una buena administración y con buenos productos artísticos se puede. Después de estar con amigos en un ámbito supuestamente profesional cuando volvía a Catalinas después de haber hecho un teatro “profesional” – hacía menos teatro que acá – me decían “¿Cómo vas a ir a la murga, a La Boca?” “Sí, bueno, es murga. Está bien; es teatro popular”. Y había una discusión ahí, no? Como que me venía a esconder acá, digamos. Y finalmente, el escondite me resultó bueno. Y después sí me falta dar la pelea, con el discurso, con todo lo que digo y que comparto con mis compañeros. Sé que tengo que sistematizar la cosa popular. En mi discurso hay una cosa muy fuerte de transmisión oral y muchas veces me dicen “¿por qué no escribís eso?”. Creo que es lo que viene, de alguna manera lo voy a hacer. Ahora una alumna de Bélgica me mandó todo lo que yo había dicho durante un curso de tres semanas de seis horas por día. Y realmente estoy sorprendido. Porque ella le puso un color bárbaro también, no? Me hizo verme distinto. Te cuento eso porque fue ahora recién. Pero sí tengo muchas cosas para decir, para hablar y para discutir.
Textos: Diego Manara
Fotos: Cecilia Giovanini
No hay comentarios:
Publicar un comentario