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"Monedas" - Panorama

Parece que finalmente la moneda más cara es aquella que debemos pagar al barquero que nos llevará al otro lado de ese río subterráneo, en el más allá. Cuesta toda una vida lograrla, dicen quienes creen haberla ganado ya. Esa moneda finalmente es la única diferencia entre lo que nos llevamos al morir y lo que traemos al nacer. En el medio, el inabarcable laberinto del presente, con sus infinitas posibilidades e igual cantidad de combinaciones.
El pez, ganándose su moneda existencial, sabe más del mar que lo que puede conocer el más doctorado de los oceanógrafos. La experiencia que tiene cualquier humano mortal es sutilmente diferente a lo que sabe un actor, también humano y mortal. Si verdaderamente así fuera, no dudo que algún extraño conocimiento se juega en el arte para hacer necesaria la existencia del teatro. Pero aún leyendo la Poética aristotélica cien veces mil, es imposible saber con certeza qué moneda busca el actor.
Se dicen muchas historias. Que los actores descienden de un linaje de impostores que no han pagado el peaje del más allá y que por eso deben penar como miserables en esta vida. Que el barquero deja pasar libremente al que lo haga reír con ganas. Las malas lenguas - las preferidas por todos - hablan - y qué bien lo hacen - de un óbolo falso. Con dos caras iguales. O casi. Sólo diferenciadas por el gesto de la boca.
Quizá sea cierto que no exista ni pasado ni futuro. Pero este presente no tiene gran consistencia tampoco. Se esfuma ante nuestros ojos todo el tiempo. Pero parece que nadie quiere detener el ala del colibrí suspendido en el aire. Ni vivir lo que una mariposa. Somos más parecidos al escarabajo pelotero de lo que creemos. Y no precisamente por sus preferencias gastronómicas, sino por lo que ellos simbolizaban para los antiguos egipcios.

Diego Manara

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