Cuando estés de aquel lado. Tan próximo al sol, tan lejano de este lado de las cosas. Cuando estés sin embargo pensando en lo que hay y en lo que habrá, tu voz interior quizá te susurre que sigas. Que el camino puede continuarse con ayuda de otros. Aunque tu intervención sea mínima. Tus ojos pueden parecer opacos para muchos, pero hay aún un brillo para el que mira detrás de ellos. Estás oculto detrás de un sinfín de cicatrices y pliegues de piel arrugada. Replegado y al acecho.
Cuántos pasos di para llegar hasta ellos no creo saberlo. Un laberinto imposible pero para nada azaroso. Y ahora en este lugar entiendo que la edad es una fachada, una mascarada, una pantomima. Que los extremos pueden tocarse pero no confundirse. Que ser viejo no es necesariamente ser sabio. Que ser sabio no es necesariamente ser viejo.
Cuántos pasos di para llegar hasta ellos no creo saberlo. Un laberinto imposible pero para nada azaroso. Y ahora en este lugar entiendo que la edad es una fachada, una mascarada, una pantomima. Que los extremos pueden tocarse pero no confundirse. Que ser viejo no es necesariamente ser sabio. Que ser sabio no es necesariamente ser viejo.
El que calla lo hace porque no sabe o porque sabe demasiado. Es un secreto para el actor la importancia de las enseñanzas de su maestro. Sólo él lo sabe, si es que lo sabe. Porque un gran actor para serlo debe haber pasado por el duelo de haber matado a su maestro. Duelo que no es olvido. Pero que sí lo es. Existe un momento, difuso creo, en que el discípulo deja de serlo y otro, aún más difuso creo, en que el actor se hace maestro. Puede no existir también ninguno de eso momentos. Puede que sólo se trata de un fluir, de un devenir. Y en todo caso, no todos pasamos por todos los estadios. En todo caso, se trata de estar abierto para dar y para recibir.
Diego Manara
No hay comentarios:
Publicar un comentario