Después de un viaje suburbano, donde a medida que pasan las estaciones, la altura de las construcciones es cada vez menor, llego a Monte Grande. Escucho colores y veo voceríos y música. Debe ser ahí. Descubro que abrieron las puertas del manicomio y las autoridades del orden todavía no se dieron cuenta. Niños pelados, barbas de colores, elefantes que no pestañean.
"Monte Grande es un lugar realmente raro. Hay gente muy rara. En Garbarino, por ejemplo, hay unos tipos que se visten muy raro. Están parados con camisa y corbata. Peinados con gomina. Realmente sospechoso. ¿Qué ocultan?" Lo dice un hombre que lleva puesto un vestido rosa. Me dicen que es el viejo Chacovachi. Un payaso de voz aguardentosa, sin nariz ni peluca.
¡Vamos! ¿Adónde van esta manga de hippies? Y empiezan un desfile por el centro del pueblo. Un descontrolado juego de contrastes. No hay diferencias posibles. Todo se mezcla. Los tipos raros pasean por entre la gente normal. Y van contagiando a todos de eso que no sé qué es. Vuelta a una fraternidad perdida. Una alegría que emociona. Todo es espontáneo. El pueblo se expresa libremente. Aplaude para aprobar, abuchea para reprobar. No hay espacios definidos. Los payasos se meten en los comercios. Algunos se trepan a los árboles. La gente deja de trabajar. Todos salen a mirar. Vuelta a un tiempo donde todos éramos parte de lo mismo. Trapecistas se mezclan con una murga, payasos bailan con malabaristas y contorsionistas. Un carnaval medieval. Una fiesta pagana. Los lazos sociales se distienden. No importa quién es quién. Somos todos iguales en una fiesta de disfraces. Los hijos están asombrados igual que sus padres. ¿Por qué me estoy riendo si mi vida es trabajar y trabajar para llegar a fin de mes? Y la ola pasa y no deja nada atrás. Nos arrastra a todos. Me dan ganas de abrazarme con todos y bailar.
Acá hay algo que no entiendo. ¿Ganó Argentina el Mundial? ¿Qué es esto del teatro y el circo? ¿Por qué están tan felices estos tipos? Se nota que realmente la están pasando bien. ¿Cómo lo hacen? ¿Qué saben que yo no? Hay una sabiduría en el arte que se remonta a tiempos antiquísimos. Una sabiduría hermética de la cual sólo se exponen fragmentos inconexos a los no iniciados. Estos tipos juegan con los opuestos. Se burlan de la ley de la gravedad, por ejemplo. Saben que el fuego no siempre quema. Aprovechan que la vista es uno de los sentidos más fiables para engañarnos con sus tretas prestidigitadoras. Poseen el conocimiento alquímico de convertir rostros adustos en sonrisas francas.
Y me vuelvo a casa confortablemente cansado, preguntándome ¿cómo es posible que un malabarista sepa más de física que un científico que vive dentro del laboratorio? Regreso agradecido con el alma henchida. Me divertí como hace treinta años no lo hacía. Me alegró mucho ver tanta gente feliz. Y pensaba también en sus regresos, en cómo terminarían los demás ese sábado. Ingenuamente, creo que todos nos fuimos de ahí siendo un poco más buenos. Una contagiosa peste invertida.
Diego Manara
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